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Iruya, un pueblo de ensueño, con una identidad marcada




Aunque es pequeño, tiene unos paisajes que enamoran Sus orígenes en el siglo XVIII, pero con raigambre precolombina, componen una foto perfecta de lo mejor del NOA



Iruya está a los 2.780 sobre el nivel del mar, aproximadamente a una distancia de 320 kilómetros de la capital salteña. Es un pueblo conocido hasta ahora por su belleza geográfica, sin embargo el departamento goza de múltiples identidades culturales, económicas y políticas (tradiciones, costumbres de vida, formas de organización, etc.).
En el pueblo de Iruya la cultura aborigen se entrecruza con la cultura hispana, logrando la supervivencia de ambas, lo cual ha generado un proceso histórico de interculturalidad.

Iruya, su nombre, tiene una variedad de significados. El más aceptado es:

**Iruya: Voz quechua o aymará, proveniente de la palabra iruyoc “Iru” = paja y “yoc” = abundancia, iruya = abundante paja.
Tiene unos 1.200 pobladores, 95% de origen kolla, con una dura historia reciente ligada a la zafra, fiestas tradicionales, una linda iglesia con campanario de techo celeste y muy fotogénico, escuela, un par de hosterías, comedores con televisores conectados con alambres, precios muy baratos y perros con mucha paz interior.
Una imagen que enamora a los viajeros: la iglesia, las casas de adobe y las calles adoquinadas que suben las montañas.

Pero en otros aspectos, Iruya es única. A sólo 70 kilómetros de Humahuaca (53 km de ripio), con sus casitas ascendiendo sobre las montañas de colores y con sus orígenes en el siglo XVIII, pero con raigambre precolombina, compone una foto perfecta de lo mejor del NOA y es la primera posta hacia una Salta profunda, de pueblos mínimos, cultura milenaria y paisajes increíbles.

Tan perfecta es la postal que de hecho ha ilustrado más de una publicidad. Por todo esto, en los últimos quince años el pueblo experimentó un boom turístico difícil de procesar, y se transformó en una visita obligada de los viajeros que eligen el norte del país.

Un lugar histórico, lleno de magia y esplendor

Iruya fue fundado en el año 1753. Sin embargo, su origen remonta a un siglo anterior a su fecha de fundación. Actas de nacimiento encontrados en la parroquia de Humahuaca en la provincia de Jujuy, testifican que un siglo antes de su fundación ya estaban asentados habitantes en el lugar.

Estos asentamientos son indígenas de la comunidad de los ocloyas, un pueblo perteneciente a la etnia kolla, quienes a su vez, derivan del kollasuyo, una de las cuatro regiones del antiguo Tahuantinsuyo (imperio incaico).

Numerosas ruinas (antígales) dispersas por los alrededores prueban la existencia de una etnia más o menos homogénea antes de la llegada de los españoles; un ejemplo claro de ellos son la ruinas de Titicónte, ubicado al este de Iruya a unos 8 kilómetros. Los primeros habitantes practicaban la agricultura y la ganadería, ambas en muy baja escala, ya que sólo les permitía la subsistencia de sus pobladores, cultivaban maíz, papas, ocas y otros productos agrícolas; al mismo tiempo criaban ovejas, cabras y llamas, aunque esta última en menor medida.

Para los pueblos aborígenes, el trueque fue una de las económicas más significantes para la supervivencia humana, y para ello organizaron comunidades con una función económica específica.

Por ejemplo una comunidad producía papa, otra fruta, ganado y así sucesivamente.

Festividad de Nuestra Señora del Rosario, una tradición

El primer domingo de octubre, Iruya festeja la fiesta patronal del pueblo, a la cual asiste una innumerable cantidad de personas, que año tras año llega para honrar a Nuestra Señora del Rosario.

La fiesta comienza con la novena, continuando en las vísperas —los días del triduo— donde empiezan a llegar los productores y comerciantes de distintos lugares tanto de la puna jujeña como de los valles salteños.

El sábado previo a la festividad central se celebra la misa con la primera procesión de la Virgen y el acompañamiento de la gran cantidad de imágenes religiosas que llegan de las comunidades del interior y la adoración incansable de los cachis, mientras el sacerdote y el pueblo entonan el aleluya.

Ya en la tarde de este día, se inicia la misa y la procesión nocturna que se festeja con una gran cantidad de fuegos artificiales y una nueva adoración de los cachis, al son permanente de cornetas, la quena y la caja con el repique de campanas. Para terminar con la procesión se culmina la tradicional luminaria de vísperas.

El domingo festivo hay salva de bombas en las primeras horas del día. A media mañana, la misa solemne y al culminar el obispo encabeza junto al cura párroco una larga procesión. 


Fuente: NUEVODIARIOWEB.COM.AR